domingo, agosto 20, 2006


Pan.
Hace algunos milenios hubo un contacto entre rocas suaves como la piel. El brillo dorado se transformó para dar forma a la pura arena de cereal. Fue la curiosidad de algún intrépido o la casualidad de un fortuito olvido la que decidió abandonar el encuentro entre ese oro blanco y el agua de manantial. Recibieron caricias del fuego, y así surgió el primer pan. En la tierra de las pirámides de Gizeh quisieron llevar la fiesta de la cerveza al bien más preciado de su mesa y así una firme espuma se transformó en su corazón. Dicen que los egipcios fueron los verdaderos esclavos en la época de Abraham, pues sus supuestos vasallos fueron los maestros de sofisticados hornos y la magia del leudar. Orgías sumadas a banquetes del filosofar etrusco y helénico fueron el motivo por excelencia para la explosión de su variedad. Así nuevos sabores de otros mundos le incorporaron su identidad. Es el cuerpo del redentor. La calle que se transforma con el perfume de su aroma y calor. El alma de la mesa, el pan.

1 comentario:

Unknown dijo...

La mística de la creatividad, de la creación, esa misma que se siente en la esquina de la panadería a las 7 de la mañana (ni hablar de cuando esto es al final de un largo día con su noche...); el encuentro de emociones y sentimientos que entrelaza al trigo, el agua y el fuego en una alianza universal; la fiesta que celebra sobre la mesa y sobre cualquier lado la alegría y el gozo de compartir... y cuánto más que se pierde entre palabras, entre éstas palabras, que demuestra toda la magia que guarda una mano: incluso en un poco de pan.