Una noche de otoño tomábamos té (esta vez para dos) en la silenciosa ciudad dormida. De repente se dio cuenta que intentar esto no era posible, decidió salir afuera en busca del paraguas que había perdido, pero el humo la abrumó por completo, encendiendo la lámpara para ver mejor y pensando lo bueno que es una solución. Sin embargo la idea de que una estufa sugiriera tanto pero tan de tanque que parecía una película de Disney, cuyo final no era feliz sin embargo porque dejaba una secuela: quedarse pensado en que los justos medios carecen de sentido, sólo hay espíritu en los extremos. Entonces paré y miré alrededor. El naranja explotaba en esta estación y me hace burbujitas de saliva cuando se pone nervioso, como también apoderarse del puff y así nomás desapareció, sin nada de eso de polvo de Hadas. Sólo cuando se ayudaba a incorporarse a la cama mirando el florero, imaginando cuernos, pintando uvas, contando sueños tomando capuchinos, esperando pasar al otro lado del espejo. Confiando en que ese lado está ahí donde la lectura del lobo estepario le arrojo luz sobre como debía interactuar. Soñaba con peces y llanuras azules surcadas por mares de montañas, gigantes en sábanas almidonadas con perfume a lavanda traída del este de
sábado, octubre 11, 2008
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